Ignacio MUCIENTES MUCIENTES

Ingeniero Agrónomo

Decano del COIACLC

 

Si algo tiene nuestro subsector pecuario es el enorme potencial de razas autóctonas que lo componen. Churra, castellana, ojalada y población residual de merinas (ovino); veratas, serranas y blancas celtibéricas (caprino); moruchas, avileñas-negro ibéricas, monchinas, pardas de montaña, sayaguesa, alistana sanabresa, mantequera leonesa (vacuno); cerdo ibérico y sus diferentes estirpes; caballo español, hispano-bretón y zamorano-leonés (équidos); gallina castellana negra (avicultura), y un largo etcétera.

Razas rústicas, perfectamente adaptadas al terreno, que en mayor o menor grado de pureza racial ayudaban a las familias a salir adelante y que eran empleadas para la obtención de carne, leche piel, lana y huevos y de otros subproductos obtenidos de la transformación: quesos, requesones, yogures, cuajadas, embutidos, paletas y jamones, ropa, jabones… Estas razas ayudaban a conservar el medio ambiente porque ramoneaban las zarzas y las encinas, consumían los rastrojos, aprovechaban “a diente” los pastos y limpiaban los montes y parcelas de labrantío. Tanto era así que incluso muchas de ellas ayudaban a que los incendios fuesen menos virulentos de los actuales. Además, cuando muchas de ellas morían se abandonaban en los campos y eran aprovechadas por los pequeños carnívoros, córvidos, buitres que no dejaban rastro de cuerpo en poco menos de una semana. Así se evitaban los ataques de buitres a las vacas y ovejas pariendo, como con frecuencia ocurre en los últimos años.

Cuando la concentración parcelaria unió los cachos o porciones de tierra que poseía un labriego y los convirtió en una única parcela y los primeros tractores substituyeron a la mano de obra humana a la par, en la ganadería, las razas autóctonas que se poseían en pequeño número se substituyeron por otras foráneas (alóctonas), procedentes de varios países, con una gran pureza racial, especializadas en altas producciones de carne y leche, que estabuladas y sin salir al campo incrementaron la rentabilidad de la explotación pecuaria.

Los españoles, que hemos tenido, tenemos y seguiremos teniendo cosas muy buenas que algunos ni siquiera han querido reconocer ni dar importancia, dejamos que en el campo pecuario nos invadiesen con razas que, como sucede con el ovino, utilizaron en mayor o en menor grado a nuestra raza merina. Es decir, que como no se hicieron los deberes bien en su debido momento en la mejora animal de esta raza, otros se adelantaron y los hicieron por nosotros. El resultado está en que algunos escribieron parte de la historia ganadera (recordemos que la actividad pecuaria dio lugar a la pecunia, a la moneda, al dinero) y nosotros que éramos el inicio la misma nos quedamos “a dos velas”: en el ovino, en el porcino, en el vacuno y en otros subsectores de nuestra organización productiva y económica.

Cuanto más heterogeneidad, pluralidad y diversidad mayor es la riqueza que se genera. En el subsector pecuario, que está necesitado de una apuesta muy fuerte porque es clave para la fijación de la población rural y el mantenimiento de nuestros pueblos, deben coexistir las tipologías intensivas extensivas y mixtas porque todas ellas, con un buen asesoramiento, son rentables.

Ahora, que tanto se habla de compatibilizar con el medio ambiente, no estaría de más que se volviese a apostar por las razas autóctonas, que forman parte de nuestro patrimonio pecuario, juegan un gran rol y que se han olvidado por parte de muchos.

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